GALERÍA DE IMÁGENES: Presentación del libro “Atención Temprana del niño con déficit auditivo de 0 a 6 años: cómo asesorar e informar a la familia en todo su desarrollo”

El pasado 11 de mayo tuvo lugar el acto de presentación del libro “Atención Temprana del niño con déficit auditivo de 0 a 6 años: cómo asesorar e informar a la familia en todo su desarrollo” en el Centro Cultural Ibercaja.

Tras la presentación realizada por Pilar San Martín en representación de AEDA, Caridad Garijo, Marisa Poch, Marta Zabaleta, Mónica Sanz e Isabel Olleta, hablaron de su experiencia profesional y del orgullo que sienten por los avances en la detección y el tratamiento de la hipoacusia en edades tempranas.

Este libro está elaborado por cinco profesionales y editado por AEDA y, sin duda, refleja un antes y un después en lo que se puede ofrecer a los niños y a las familias.

¡¡Gracias a todos los asistentes por contribuir a que la evolución sea una realidad!!

 Presentación del libro “Atención Temprana del niño con déficit auditivo de 0 a 6 años: cómo asesorar e informar a la familia en todo su desarrollo” 7a26962d-95a9-4002-9057-d1eca98adad4 8acba477-bf9c-4bf0-ac31-03e9835fa3a0 4564096d-dc1e-47da-8882-443e07db2b95

¿Cuántas veces hemos escuchado eso de “Ya hablará”, “al final todos hablan”?

¿Cuántas veces hemos escuchado eso de “Ya hablará”, “al final todos hablan” o “el mío tenía cuatro años y aún no hablaba nada y ahora, ya ves, no calla”?

Parece que en general no tenemos una idea clara de cuándo un niño tiene que empezar a hablar o tiene que hablar bien. Hay infinidad de tablas y estudios que nos dan unos hitos básicos en el desarrollo del lenguaje y que nos dicen que el registro fonológico no está cerrado hasta los 7 años de edad, es decir, que un niño está aprendiendo a hablar los primeros 7 años de su vida y no es demasiado preocupante que determinados sonidos no estén presentes en su lenguaje oral a determinadas edades.

Sin embargo, la primera referencia es fácil, un niño de dos años tiene que manejar un vocabulario mínimo de 50 palabras y realizar frases de dos elementos, y un niño que empieza su periodo de escolarización en la etapa de infantil tiene que ser capaz de expresar sus deseos y necesidades por medio del lenguaje y que dicho lenguaje sea inteligible para cualquier persona que se comunique con el niño y no sólo con sus familiares más cercanos.

Frente a esto, encontramos que hay un tanto por ciento elevado de niños que empiezan el colegio y presentan algún problema de lenguaje que puede ir desde una simple “lengua de trapo” hasta un trastorno de su desarrollo, en el que quedarían englobados los aspectos no solo expresivos sino también comprensivos, comunicativos, afectivos y sociales del lenguaje.

“Los límites de mi lenguaje, representan los límites de mi mundo”.

-Ludwing Wittgenstein-

La mentira del «ya hablará»

A menudo las alarmas saltan en los padres cuando en la guardería o en el colegio ven a sus hijos con los otros niños de su edad y se dan cuenta de que “los suyos no hablan”. Esa primera duda que asalta a las familias marca el momento de tomar parte en el asunto y consultar con un profesional.

No todos los niños que con dos años no hablan van a desarrollar posteriormente un trastorno del lenguaje, pero sin duda, la detección precoz y la atención temprana de las posibles dificultades es la manera de minimizar las consecuencias de las mismas. No hay motivo para esperar más.

En el desarrollo del lenguaje el tiempo juega en contra y son los profesionales del lenguaje junto con los padres, los que deben decidir si empezar o no una terapia logopédica, la temporalidad de la misma y los objetivos a cumplir.

En definitiva, la comunicación y el lenguaje (oral, gestual, pictográfico…) son el vehículo para un desarrollo pleno como personas y seres integrantes de una comunidad hablante, y por ello es necesario que los niños adquieran esas habilidades cuanto antes. El “ya hablará” no es una opción, hay que recuperar el tiempo perdido y cuánto antes se haga mejor.

Artículo escrito por Mónica Sanz, logopeda y coordinadora del Centro Isabel Olleta

Leo y sus audífonos: explicando las deficiencias auditivas a los niños

“Leo y sus audífonos” es un cuento entrañable, dirigido principalmente a niños, para que puedan comprender qué es lo que sucede cuando alguien es sordo. Explica de manera sencilla cómo a un niño con pérdida auditiva se colocan dos audífonos para poder escuchar.

El objetivo principal de “Leo” es que aquellos niños con pérdida aditiva puedan entender qué es lo que les ocurre. Con ello pretendemos que estos pequeños experimenten el menor grado de ansiedad posible ante esta situación.

Además, se convierte en una herramienta estupenda para que los profesores puedan usarla en el aula. Así, los amiguitos de estos niños podrán conocer qué es lo que le ocurre a su compañero y lo normalicen como una característica más, igual que puede ser el color de pelo o la altura.

¿Qué le ocurre a Leo?

El cuento narra de manera divertida la historia de Leo, un cachorro león muy juguetón que, al igual que el resto de sus compañeros, quiere pasárselo bien, aprender en el cole, hacer deporte y jugar en los cumpleaños. En definitiva, quiere ser un niño como los demás. 

¿Qué ocurre? Que por el momento no es posible porque parece estar “desconectado” de lo que le rodea. Leo está triste porque no entiende lo que cantan sus amigos para pasárselo bien. Tampoco comprende las explicaciones de la profesora.

Para colmo, a la hora del recreo prefiere quedarse solo porque, cuando intenta jugar con los demás, no entiende muy bien lo que dicen. A Leo le gusta mucho ver la televisión pero solo puede hacerlo si la pone a todo volumen (algo muy molesto para sus hermanos).

¿Cómo se detecta la sordera de Leo?

Su profesora se da cuenta de que algo pasa con Leo, por lo que avisa a su mamá para ponerla al tanto de la situación. Sin pensárselo, la mamá decide comentárselo al médico de familia. El Dr. Young, muy sabiamente, le aconseja que acuda al especialista de los oídos.

En esta visita, Leo juega al “juego auditivo” dentro de una cabina muy bonita con una audióloga de lo más simpática. El juego era sencillo: solo tiene que tirar un dado dentro de un cubo cada vez que escuchara un “BIP”. Efectivamente, Leo tenía una pérdida auditiva en ambos oídos.

Afortunadamente, gracias a unos maravillosos audífonos que le colocaron en las orejitas ya puede escuchar sin problemas. Ahora, Leo puede hacer todo aquello que hasta ahora se estaba perdiendo y lo puede hacer sin molestar a nadie.

Además, Leo cuida sus audífonos como un tesoro en su estuche, y se siente muy mayor y responsable porque ha aprendido a cambiar las pilas él solo. ¡Resultó ser algo muy sencillo! Ahora todo es diferente, Leo es uno más.

La importancia de detectar a tiempo a niños sordos

Un niño debe escuchar siempre al 100% para que la adquisición de su lenguaje y su desarrollo comunicativo sea el adecuado. Este aspecto cobra especial relevancia durante los primeros años de vida, ya que existe un período crítico a la hora de la adquisición del lenguaje que va hasta los 4 años de edad.

Si este umbral tendrá que hacer un gran esfuerzo para recuperar un terreno por el que antes hubiera sido muy fácil avanzar. Cada niño cursará su propia evolución, pero en general se dispone de un periodo de tiempo de unos cuatro años para evitar que las pérdidas de audición tengan efectos considerables en el desarrollo del lenguaje.

Actualmente, gracias a los cribados auditivos en neonatos, es difícil que un niño recién nacido con hipoacusia (sordera) se vaya del hospital sin que se haya detectado. Sin embargo, debemos tener en cuenta que este fenómenos puede ocurrir a posteriori.

La CODEPEH (Comisión para la detección precoz de la hipoacusia) recomienda que se dé un seguimiento en los niños respecto a su audición hasta los 3 años de edad, a pesar de que en la etapa neonatal superaran el cribado auditivo.

Los niños sordos pueden tener el mismo desarrollo que los niños normoyentes

La audición no es un fenómeno aislado e independiente, esto quiere decir que, si falla, se van a ver comprometidos otros procesos del desarrollo global. Un niño que no oye o que no oye lo que debería va a tener dificultades para adquirir el habla oral y, por tanto, no podrá comunicarse.

Afortunadamente, hoy en día esto no supone un problema ya que si a un niño sordo se le proporcionan las ayudas necesarias podrá tener un desarrollo totalmente normal, como el que hemos visto en Leo. Me refiero a la colocación de audífonos o implantes cocleares (dependiendo de la intensidad de la sordera).

Resulta importante tener una visión global de los hitos del desarrollo de la audición que te pueden alertar en el día a día de que un niño NO está escuchando correctamente. En este enlace podrás encontrar dichos hitos por parte de la Asociación Española de Pediatría.

Un niño que escucha es un niño feliz

Al inicio de este artículo hablábamos de que Leo está dirigido a niños, pero lo cierto es que para la mayoría de adultos los problemas de audición también son un mundo desconocido. Por ello, espero que después de leer “Leo y sus audífonos” y/o este artículo, tomes conciencia de la importancia de una detección precoz de la sordera y de su temprana intervención en niños.

A ti que no te conozco (o si), no pases por alto este fenómeno. Un niño que oye es un niño feliz, un niño que necesita vivir en sociedad. Puedo decirte que día a día veo a niños como Leo que están totalmente adaptados en su medio y con un rendimiento académico exitoso. Y todo ello gracias a algo tan sencillo como una detección precoz y a un par de aparatitos.

Cuando a Leo le colocaron los audífonos fue cuando empezó a disfrutar de las pequeñas cosas, los pequeños matices que ocurren en el día a día: el sonido de los pájaros, las risas, las canciones, los coches ruidosos…eso no debería ser una sorpresa para un niño. HAY MUCHO POR OÍR.

Puedes encontrar una versión más extendida del cuento de Leo en la página de Phonak.

Artículo escrito por Raquel Martínez en lamenteesmaravillosa.com

Para más información nos puedes llamar al teléfono 941 27 41 69

Alimentación y lenguaje

De todos es sabido que a lo largo de nuestra vida el tipo de alimentación y la dieta que seguimos va evolucionando en función de nuestras necesidades. Desde el momento que el niño nace y acude por primera vez a la consulta de pediatría, el profesional encargado de hacer sus seguimientos va dando pautas a los padres del tipo de alimentación que dicho niño debe seguir y los cambios que hay que ir introduciendo en la dieta.

Es alrededor del año de edad, incluso un poco antes, cuando debemos empezar a incorporar alimentos sólidos. Pero, ¿qué puede pasar cuando, por diferentes causas, no hacemos la transición a la alimentación adulta en el momento adecuado? ¿está esto relacionado con el desarrollo del lenguaje?

Tenemos que tener en cuenta que la musculatura que utilizamos para masticar es la misma que utilizamos para hablar. La mejor manera de ejercitar y fortalecer esa musculatura y aprender a coordinar todos sus movimientos es llevar a cabo el acto de masticación. Además, nuestros dientes van evolucionando y cambiando en función de las necesidades del momento, por lo que el proceso de alimentación influye directamente en el correcto desarrollo de la dentición.

En el momento del nacimiento, incluso antes de éste con aparición de primeros reflejos como el de succión, los órganos encargados de la alimentación y el habla empiezan a trabajar y desarrollarse para alcanzar un punto óptico de fuerza y precisión.

A medida que vamos introduciendo nuevas texturas los músculos tienen que ir adaptándose a las mismas y ejerciendo fuerzas diferentes para conseguir formar el bolo alimenticio y superar el proceso sin problemas.

Desde el punto de vista logopédico, cuando se nos presenta un niño con dificultades para la articulación de algunos sonidos o con una expresión oral ininteligible, debemos recoger información acerca del tipo de alimentos que el niño ingiere (líquidos, semisólidos o sólidos), así como de las texturas de los mismos (espesos, con “grumitos”, le gustan o no las texturas suaves tipo macarrones…). A partir de ahí podemos iniciar el trabajo con el niño y con la familia.

Es importante distinguir entre los niños que presentan un problema sensorial con las texturas (en cuyo caso el tratamiento irá dedicado a minimizar esa hipersensibilidad oral y paralelamente hacer un trabajo de lenguaje) y los niños que únicamente son selectivos con las comidas y no tienen dificultades reales (no comen pollo o verdura pero son capaces de comer chocolate, chucherías y patatas fritas), en cuyo caso además del trabajo logopédico habrá que realizar un trabajo de modificación de las conductas alimenticias.

¿Qué podemos hacer en casa?

-Es importante seguir en todo momento las indicaciones del pediatra en cuanto a alimentación.

-No retrasar la retirada del biberón (aproximadamente al año) y el chupete (entre los dos y los dos años y medio).

-Dejar que el niño utilice vasos antivuelco para leche, agua y demás líquidos.

-Cuando estemos en la fase de alimentación con cuchara, no insistir en ser nosotros los que limpien los restos de alimentos de los labios del niño, sino facilitar que sea él mismo, con su lengua, el que haga los barridos para retirar dichos restos.

-Ofrecer bebidas con pajitas, ya que éstas obligan a mantener los labios cerrados y con un tono adecuado.

-Es preferible presentar los alimentos sólidos cortados en tiras, ya que de esta forma obligamos al niño a desmenuzar con sus dientes dichas tiras antes de poder tragarlas, cosa que no hacemos si los alimentos se presentan en trocitos muy pequeños.

-Adaptarnos al ritmo del niño y no enfadarnos ni regañarle en caso de que el tiempo de la comida se alargue más de lo esperado.

Que el proceso de la alimentación sea natural no quiere decir que sea fácil. Por ello es recomendable acudir a un especialista en caso de que aparezcan dificultades de cualquier tipo a lo largo de su desarrollo.

Artículo escrito por Mónica Sanz (logopeda y coordinadora del Centro Isabel Olleta)

PRESENTACIÓN DEL LIBRO: “Atención Temprana del niño con déficit auditivo de 0 a 6 años: cómo asesorar e informar a la familia en todo su desarrollo”

Atención Temprana del niño con déficit auditivo de 0 a 6 años: cómo asesorar e informar a la familia en todo su desarrollo

libro-atención-auditiva

«Todos me decían: ‘No te preocupes, ya hablará’»

A Lucía le costó empezar a hablar, y las pocas palabras que pronunciaba eran ininteligibles. «Hasta para mí, que soy su madre. Ahora tengo otras dos niñas pequeñas y mucha gente no las entiende, pero yo sí. Pues a Lucía ni yo».

A veces, Zuriñe Lasa sabía que su hija mayor le estaba pidiendo el bocadillo, pero esa no era la palabra que salía de la boca de la niña. «Cuando tenía tres años fuimos al logopeda pensando que tenía un retraso en la adquisición del lenguaje».

Aunque todos los mensajes que recibía eran tranquilizadores. «La gente te dice, hasta el pediatra, ‘no te preocupes, ya hablará’». O el socorrido «cada niño tiene su ritmo». Y le contaban anécdotas, como el hijo de fulanita, «que hasta los seis años no decía una palabra y ¡mira ahora!».

Pero la inquietud se convirtió en verdadera preocupación cuando Pablo, a quien Lucía lleva tres años, empezó a hablar «y lo hacía mejor que su hermana. Es realmente cuando te empiezas a mover y decir: aquí pasa algo».

Lo que pasa es que Lucía tiene TEL, Trastorno Específico del Lenguaje. Este desorden se define como la dificultad para la adquisición y desarrollo del lenguaje que no está justificada por ninguna otra causa como un déficit intelectual, neurológico, sensorial o emocional, ni por un trastorno generalizado del desarrollo.

Se dice que son extranjeros en su propio idioma. Zuriñe, como la inmensa mayoría de los ciudadanos, tampoco sabía lo que era el TEL hasta hace no tanto. Lo que sí veía es que su primogénita tenía muy poca intención comunicativa, «no tenía ganas de hablar». Así que como otros niños en su situación, desarrolló la comunicación no verbal. «Señalaba las cosas, se hacía entender con gestos». Y le gustaba estar sola.

Aspectos a los que no dio tanta importancia hasta que empezó a crecer «y ves que se empieza a frustrar. Era una niña enfadada». Zuriñe, que vive en Donostia, reconoce que como madre es «muy frustrante» el hecho de que no veas a una niña feliz. «Siempre estaba enfadada. No tenías claro el porqué, pero igual podía estar dos horas enfadada».

Además de al logopeda, también fueron a la consulta de un psicomotricista, «que dijo que no había ningún problema psicológico, que era una niña que expresaba bien sus emociones. Ahí me quedé sin saber qué hacer». También consultaron con un otorrino, «porque a veces le llamabas y no respondía».

¿Y si no oía? Oía perfectamente. Y mientras tanto, «el pediatra me decía que todo era normal», y en el colegio le hablaban de una niña «muy tímida y con qué carácter, porque a veces no le da la gana de hacer las cosas».

El punto de inflexión llegó con el diagnóstico. Lucía tenía cinco años y medio y Zuriñe estaba realmente preocupaba. Tras mucho insistir, «porque de entrada dijo que no», el pediatra derivó a la niña a una neuróloga. «Fue la primera persona que nos dijo que podía ser TEL».

Casualmente, esas mismas fechas una cuñada escuchó una entrevista radiofónica con el experto Gerardo Aguado. Estaba describiendo a su sobrina. Así que fueron a la consulta de Pamplona de este psicólogo y logopeda que, tras unos test, corroboró el prediagnóstico. Lucía tiene TEL. «Te hunde en la miseria, porque quieres escuchar que tiene un inicio tardío en la adquisición del lenguaje, que es algo que se corrige. El TEL es para toda la vida».

Un trastorno que nada tiene que ver con un déficit de inteligencia, que en estas personas es normal. «Lo único que tienen es la dificultad en la adquisición y desarrollo del lenguaje». Lo único y nada más y nada menos. «Incluso cuando te lo explican no lo entiendes». Zuriñe ha comprendido este trastorno a base de «leer y leer» y, sobre todo, tras compartir su experiencia con otras madres de TEL- Euskadi (946526027 ó tel-euskadi@gmx.com). «La asociación me dio la vida», confiesa.

Con adivinanzas

Zuriñe explica que con estos niños es preciso comunicarse «más allá de las palabras, porque sus palabras dicen unas cosas y ellos quieren decir otras. Por ejemplo, Lucía quiere decirte ‘cuchara’, pero en ese momento no encuentra la palabra y entonces te dice ‘para comer sopa’». Busca otro camino.

«Es como jugar todo el rato a las adivinanzas, porque no dicen las palabras que esperas escuchar». Por ello suelen ser de «difícil trato», porque cuando estás con ella «tienes que tener los cinco sentidos activados».

Los niños con TEL suelen responder a preguntas cerradas, pero en cambio es difícil conversar con ellos si se les hacen preguntas como «¿qué has hecho en el cole?». Tampoco suelen comprender chistes , metáforas o dobles sentidos. «Entienden la literalidad». Zuriñe pone un ejemplo. Están en casa de los abuelos y en el suelo hay un boli que ha traído Lucía en la mochila. La abuela pregunta de quién es el boli.

– Mío no -responde la niña.

– Pero cómo que no es tuyo, si lo has traído tú -le contesta Zuriñe.

– Ama, pero es tuyo. La amona ha preguntado de quién es.

Todo esto suele incidir en sus habilidades sociales, que no son su fuerte. «Son niños que, en general, no son muy valorados en el grupo, porque no tienen buena comunicación. Ella va por la calle, un niño de su clase se pone a su lado y ella no entiende que ese niño quiere hablar con ella. Lo mira como diciendo ¿qué haces aquí? Y sigue para adelante». Entonces, su madre le tiene que explicar que si alguien se pone a su lado es porque quiere jugar, hablar con ella…

Obviamente, el TEL tiene unas enormes repercusiones en los estudios. Se estima que hasta el 75% puede sufrir fracaso escolar. Para ellos, la lecto-escritura es el principal caballo de batalla. «Si no hablan bien, ¿cómo van a aprender a leer y escribir?».

Los padres suelen lamentar que estos niños estén «encajonados en un plan de estudios que no está preparado para ellos. No pueden aprender al ritmo del resto de los niños. Es como ir corriendo detrás de un autobús, llegar a la parada y que se te escape. Tienes que correr a la siguiente, llegas y se te vuelve a escapar, pero no puedes dejar de correr», describe Zuriñe.

 

En su caso, corren y corren. Además del trabajo de logopedia, «Lucía tiene una andereño que viene a casa todos los días después del cole para reforzar todo lo que hace en clase, porque la hora diaria de profesora de apoyo en el cole es insuficiente». Por ahora, y gracias a todo el trabajo extra, Lucía ha conseguido pasar de curso, algo que, no obstante, está siendo complicado.

«El año pasado, por ejemplo, al acabar primero de Primaria no sabía ni leer ni escribir y sumaba y restaba con dificultad. A base de trabajar todo el verano, con un descanso de solo quince días, hemos conseguido que empiece el cole leyendo y escribiendo. Pero en cuanto sus compañeros entren en la rueda, se le van a escapar. No sé si es este o será el siguiente cuando tenga que repetir, pero nunca, aún dando el 200%, va a llegar al ritmo de sus compañeros. Es muy complicado», asume Zuriñe.

Lucía también trabaja la parte psicológica. «Tiene que aprender a empatizar, a entender los sentimientos, porque eso no viene adquirido. Los niños pequeños son como esponjas, pero estos no, no aprenden porque sí, tienes que enseñárselo todo», explica su madre.

Lo mejor, añade, es que con trabajo y con esfuerzo estos niños van avanzando. A su ritmo. Hoy es el día en que Lucía va encantada al colegio y tiene ganas de contar sus cosas. «Lo hará a su manera y tendrás que jugar a las adivinanzas. A veces no le entenderás y se enfadará, pero quiere contarte cosas. Y eso antes no pasaba», cuenta su madre con una sonrisa.

Y sus habilidades sociales han mejorado. «Siempre ha sido una niña huraña, no quería estar con nadie y ahora es mucho más abierta, ha mejorado un montón. Está contenta, porque todo lo que le rodea ha mejorado». Zuriñe no duda de que el diagnóstico ha sido fundamental.

«Creo que antes yo también estaba frustrada y tras el diagnóstico he entendido lo que pasa. Ha cambiado mi actitud, la de la familia, le apoyamos mucho más de la manera que ella necesita, le entendemos mejor. Su intención comunicativa desde el diagnóstico ha dado un vuelco tremendo.

Ahora disfruta, antes era muy difícil porque no entendías lo que pasaba», subraya. Por eso lamenta tanto no haber sabido antes del TEL, cuando su hija tenía tres años, cuando empezó a sospechar. «Hubiera recibido atención temprana, mucha más estimulación…».

Por eso reclama un mayor conocimiento acerca de este trastorno. A la población en general, y a los especialistas que están en contacto con estos niños, en particular. A los pediatras, por ejemplo, para que en las revisiones profundicen más en el desarrollo del lenguaje para favorecer detecciones a tiempo, a los docentes o logopedas.

«Hace falta más conocimiento, porque es algo invisible y pasan como niños tímidos, retraídos, vergonzosos, porque al final son niños que no molestan. Creo que esos profesionales sí conocen el TEL, pero no están especializados. Porque hay tantos tipos, tantas variantes. Uno puede tener dañada la expresión, otro la comprensión, otros los dos… No hay dos niños TEL iguales».

Noticia publicada en «El Correo» 

XV Curso Implantes Cocleares

Durante los días 11, 12 y 13 de Abril, Isabel Olleta y Mónica Sanz, coordinadora del centro, asistirán al XV Curso Implantes Cocleares en Pamplona. 

Este Curso sobre Implantes Cocleares (IC), constituye la decimoquinta edición de una serie que desde 1990 viene organizando la Universidad de Navarra. En la actualidad el tratamiento de la hipoacusia con implantes cocleares ya ha adquirido un grado de madurez, pero no obstante se siguen produciendo numerosas novedades que afectan a aspectos tecnológicos, médicos, logopédicos, educativos, sociales y laborales.

Se puede consultar el programa en este enlace.

“Mi hermanito de la luna”, un enternecedor corto sobre el autismo

Con motivo del Día Internacional del Autismo, os acercamos un artículo sobre un corto realmente emotivo «Mi hermanito de la luna».

“Mi hermanito de la luna” es un corto en forma de pequeño relato en el que la hermana de un niño con autismo cuenta cómo de especial es la vida con su hermano, el cual dice (de manera muy tierna) que nació como cualquier otra persona pero que vive en la luna.

Esto, sin duda, es una metáfora que pretende ilustrar cómo percibimos a las personas que tienen autismo como “en otro mundo”. Digamos que, tal y como afirma Dona Williams como afectada por un autismo de alto funcionamiento, el Autismo no es como un rompecabezas al que la falta una pieza, sino como varios rompecabezas distintos con piezas de más y piezas de menos.

El dilema, por tanto, consiste en descubrir qué piezas corresponden a qué rompecabezas, qué fiestas faltan y cuáles no deberían estar de ninguna manera entra las que se hayan presentes en la caja.

El rompecabezas del autismo

Siguiendo con estas afirmaciones, según María Núñez podemos declarar que el Autismo es un perfil atípico en el que se aúnan diferentes capacidades y déficits en el cual, a pesar de la diversidad entre personas que lo padecen, podemos agrupar las piezas en:

-Piezas de más: aquí estarían las estereotipias (movimientos repetitivos de los brazos, por ejemplo), las ecolalias (repetición sin sentido de palabras o frases que se escuchan) o la autoestimulación.

-Piezas de menos: incapacidad para reconocer el engaño, ausencia de gestos expresivos o de juego simbólico espontáneo (por ejemplo, un niño con autismo no coge un plátano y juega con él como si fuese un teléfono).

-Piezas de otras cajas: a veces cursa con retraso mental o con otros problemas del desarrollo como el TDAH, por ejemplo.

Cuando Leo Kanner publicó en 1943 su artículo sobre los trastornos autistas del contacto afectivo quiso agrupar bajo un mismo término que denominó “Autismo Infantil Precoz” un conjunto de alteraciones diversas que venía observando en ciertos niños.

Una de esas niñas era Elaine, de 7 años, cuyo comportamiento describió de esta manera:

“Su lenguaje siempre tiene la misma cualidad. Su habla nunca va acompañada de expresiones faciales o gestos. No mira a la cara. Su voz tiene una peculiar falta de modulación, como áspera; articula las palabras de forma abrupta.

Su gramática es inflexible. Utiliza las frases tal y como las oye, sin adaptarlas gramaticalmente a la situación del momento. Cuando dice quiero que yo dibuje una araña quiere decir quiero que tú dibujes una araña.

Afirma repitiendo una pregunta literalmente, y niega no haciendo caso. Su habla raramente es comunicativa. No tiene relación con otros niños, nunca ha hablado con ellos para entablar amistad o para jugar.

Se mueve entre ellos como un ser extraño, como uno se mueve entre los muebles de la habitación. Insiste siempre en repetir la misma rutina. Su interrupción es una de las causas más frecuentes de las rabietas. Sus propias actividades son simples y repetitivas.”

Salvando las distancias, es destacable cómo esta descripción se asemeja a lo que podemos observar en el tierno corto que ilustra nuestro homenaje al Día Internacional del Autismo (2 de abril). Aquí va “Mi hermanito de la luna”, un corto que nos ilumina el corazón:

¿Qué nos pediría una persona con autismo?

El autismo es un gran desconocido, por lo que socialmente resulta incluso perturbador. En el vídeo vemos cómo la nena hablar de que incluso hay quienes piensan que es contagioso. Así, Ángel Riviére, en 1996, realizó un pequeño resumen sobre aquello que nos pediría una persona con autismo. Os acercamos punto por punto parte de esta reflexión a continuación:

-Ayúdame a comprender. Organiza mi mundo y facilítame que anticipe lo que va a suceder. Dame orden, estructura, no caos.

-No te angusties conmigo, porque me angustio. Respeta mi ritmo. Siempre podrás relacionarte conmigo si comprendes mis necesidades y mi modo especial de entender la realidad. No te deprimas, lo normal es que avance y me desarrolle cada vez más.

-No me hables demasiado, ni demasiado deprisa. Las palabras son “aire” que no pesa para ti, pero pueden ser una carga muy pesada para mí. Muchas veces no son la mejor manera de relacionarte conmigo.

-Como otros niños, como otros adultos, necesito compartir el placer y me gusta hacer las cosas bien, aunque no siempre lo consiga. Hazme saber, de algún modo, cúando he hecho las cosas bien y ayúdame a hacerlas sin fallos. Cuando tengo demasiados fallos me sucede lo que a ti: me irrito y termino por negarme a hacer las cosas.

-Necesito más orden del que tú necesitas, más predictibilidad en el medio que la que tú requieres. Tenemos que negociar mis rituales para convivir.

-Me resulta difícil comprender el sentido de muchas de las cosas que me piden que haga. Ayúdame a entenderlo. Trata de pedirme cosas que puedan tener un sentido concreto y descifrable para mí. No permitas que me aburra o permanezca inactivo.

-No me invadas excesivamente. A veces, las personas sois demasiado imprevisibles, demasiado ruidosas, demasiado estimulantes. Respeta las distancias que necesito, pero sin dejarme solo.

-Lo que hago no es contra ti. Cuando tengo una rabieta o me golpeo, si destruyo algo o me muevo en exceso, cuando me es difícil atender o hacer lo que me pides, no estoy tratando de hacerte daño. ¿Ya que tengo un problema de intenciones, no me atribuyas malas intenciones!

-Mi desarrollo no es absurdo, aunque no sea fácil de entender. Tiene su propia lógica y muchas de las conductas que llamáis “alteradas” son formas de enfrentar el mundo desde mi especial forma de ser y percibir. Haz un esfuerzo por comprenderme.

-Las otras personas sois demasiado complicadas. Mi mundo no es complejo y cerrado, sino simple. Aunque te parezca extraño lo que te digo, mi mundo es tan abierto, tan sin tapujos ni mentiras, tan ingenuamente expuesto a los demás, que resulta difícil penetrar en él. No vivo en una “fortaleza vacía”, sino en una llanura tan abierta que puede parecer inaccesible. Tengo mucha menos complicación que las personas que os consideráis normales.

-No me pidas siempre las mismas cosas ni me exijas las mismas rutinas. No tienes que hacerte tú autista para ayudarme. El autista soy yo, ¡no tú!

Artículo de Raquel Aldana escrito para lamenteesmaravillosa.com

El uso del chupete

Hoy en día resulta raro salir a la calle y no encontrarnos con algún niño “pegado a su chupete”. Su uso se encuentra muy arraigado en nuestra sociedad, ya que ayuda a calmar el llanto del bebe, a conciliar el sueño y a reducir el estrés y el dolor en procedimientos desagradables (vacunas, dentición, separación de los progenitores), situaciones que provocan preocupación y ansiedad en los padres. Pero, ¿qué beneficios aporta el chupete?, ¿realmente es tan inofensivo como parece?,  ¿cuál es la edad ideal para que el niño deje de usarlo?

No cabe duda de que el chupete aporta beneficios a los bebés que lo utilizan. Un estudio de la Academia Americana de Pediatría determina que la utilización del chupete podría incluso prevenir la muerte súbita del lactante en un 90% de los casos, ya que ayuda a mantener un ritmo de respiración pausado y contribuye a la relajación del bebé a la hora de conciliar y mantener el sueño. Además, en momentos de necesidad de succión no nutritiva, es el aliado perfecto y ayuda al proceso de lactancia en neonatos pretérmino.

Por otro lado, entre los inconvenientes del chupete, los más importantes son la interferencia con la lactancia materna, el mayor riesgo de candidiasis (infección por hongos) y alteraciones en el crecimiento del maxilar y el desarrollo de los dientes, sobre todo si es una costumbre que se mantiene a largo plazo.

Así encontramos niños que presentan una distribución dentaria anormal (mordida abierta anterior) y un paladar cuya forma ha sido modificada con el uso del chupete (paladar ojival), lo que provoca problemas a la hora de articular correctamente algunos sonidos del lenguaje y dificultades en la deglución.

Cuando la retirada del chupete se produce entre los dos y tres años de vida, tanto la arcada dentaria como el paladar tienden a recuperar su posición inicial, permitiendo que la dentición definitiva erupcione de manera correcta, e instaurar un buen hábito de deglución sin necesidad de un entrenamiento previo.

Si esperamos más allá de los tres años para retirarlo, es muy posible que encontremos niños que requieran de una intervención logopédica para trabajar tanto la articulación del lenguaje como la deglución, además de un tratamiento de ortodoncia.

No hay una “regla mágica” que haga de la retirada del chupete un momento fácil. Cada padre deberá valorar cuál es la manera más adecuada para su hijo, ya que es quién mejor le conoce. Aún así, siempre se puede pedir consejo y pautas a un profesional acerca de cómo pasar por ello y hacerlo lo más llevadero posible.

 

Artículo escrito por Mónica Sanz Manzanedo (logopeda y coordinadora del Centro Isabel Olleta)