Hace unos meses se compartía de manera viral la historia de una adolescente que le pedía a su madre un justificante por haber llegado tarde a clase. La madre, probablemente en principio sorprendida por el descaro de su hija, hizo alarde su originalidad justificando el retraso de su hija por un mal denominado adolescentitis.
La madre, Nicole Poppic, publicó en sus redes la nota que escribió para su hija justificando su retraso de esta manera: “Esto es lo que pasa cuando llegas tarde por culpa de tus propias malas decisiones y me pides que te escriba una nota para justificar tu retraso”.
La nota que escribió a su hija, Cara, versaba lo siguiente: “Cara llega tarde esta mañana como consecuencia de una enfermedad conocida como adolescentitis. Afecta a millones de adolescentes del país y no se conoce cura. Los síntomas son múltiples, pero esta mañana en concreto era incapaz de levantarse de la cama y además sentía la necesidad de ponerse contestona con su madre. (…) Por favor, llámenme si hay otro brote”.
La adolescentitis es el inicio de la metamorfosis
El psicólogo Stanley Hall es considerado un pionero en el estudio de la adolescencia como etapa evolutiva. Él describió la adolescencia como un segundo nacimiento en el que se produce una especie de recapitulación de las experiencias infantiles, añadiéndose a ellas una serie de crisis y aprendizajes.
La adolescencia es una etapa que fluye entre los 12-20 años y en la que se abren paso gran cantidad de cambios que no son solo físicos, sino también cognitivos, emocionales y existenciales. Debido a ello, en este momento la tendencia a cuestionar cómo funciona el mundo y cuál es el papel que se juega en él.
Esto supone una verdadera revolución en todos los aspectos, pues los chicos y chicas en este período están inmersos en una montaña rusa emocional y cognitiva que les lleva a comportarse de una manera “revolucionaria”.
La rebelión de las hormonas y del cambio de posición socioemocional es lo que justifica que el mundo observe esta etapa como adolescentitis.
Una de las preguntas más habituales entre los padres es por qué, si el adolescente parece tener desarrollada ya la capacidad de pensar como un adulto, no actúa como tal. Esta cuestión tiene una respuesta clara: la madurez cognitiva y la madurez emocional no suelen ir al compás.
Por eso se tiende a considerar que, en muchos aspectos, el adolescente es aún emocionalmente inmaduro, definiéndose así como fluctuante, explosivo y temperamental (características que habitualmente nos hacen hablar de adolescentitis). No obstante, debemos saber que es gracias a esa madurez cognitiva o de pensamiento que se logra iniciar la búsqueda de una identidad o esencia personal.
Habitualmente, el adolescente ha desarrollado sus capacidades emocionales hasta el punto de ser equivalentes a las del adulto. Sin embargo, aunque cuenta con ellas, no cuenta con la experiencia del adulto, por lo que se centra principalmente en el análisis de ese mundo emocional del que tiene que absorber lo máximo.
Es frecuente que, en medio de su particular vorágine emocional, el adolescente manifieste con asiduidad estados emocionales negativos y emociones de gran intensidad que confunde justamente por manifestarse juntas.
Tres factores que explican las complejas relaciones familiares en la adolescencia
Millones de padres de todo el planeta se sentirán, sin duda, identificados con la situación que planteábamos al inicio del artículo y que denominábamos como adolescentitis. Hijo o hija adolescente, en su afán por mantener una actitud díscola y desafiante, se desata en una rebelión contra las normas establecidas por los progenitores o por la sociedad en sí.
Hay que tener claro que para el adolescente es también una etapa muy confusa, ya que no se encuentra a pesar de estar continuamente buscándose, reinventándose y cambiando. La estabilidad brilla por su ausencia y, desde luego, no se ve una luz al final del túnel.
La complejidad de las relaciones familiares en la adolescencia se puede explicar en torno a los siguientes tres factores delimitados (salvando, por supuesto, las diferencias individuales):
1. Conflictos con los padres y con su posición en la sociedad
En cierto período de esta etapa muchas veces los adolescentes son tratados como niños a la vez que se les pide que se comporten como adultos, arruinando de alguna forma la visión de madurez y certeza que tienen de sí mismos y perpetuando un estado de conflicto entre sí mismos y la sociedad.
Esto, en la actualidad, se constituye como un fenómeno llamativo que podemos llamar desincronización. Básicamente se trata de que los desarrollos personales se producen cada vez de manera más precoz mientras que la integración de la persona en el mundo adulto y laboral se produce de forma más tardía. Esto prolonga la adolescentitis y agrava, muchas veces, los conflictos familiares.
2. Alteraciones en el estado de ánimo
El adolescente es, por definición, emocionalmente fluctuante. Sus cambios de humor son más bruscos y presentan estados de ánimo más extremos y negativos con mayor frecuencia. Si se les pregunta a lo largo del día, suelen informar de mayor cantidad de sentimientos negativos que adultos y preadolescentes.
Asimismo, el adolescente es aún más fluctuante, intenso y negativo si no goza de popularidad entre su grupo de iguales, tiene un bajo rendimiento escolar o están presentes conflictos familiares como el divorcio. La adolescencia, aun considerando las diferencias individuales, es una etapa con grandes posibilidades de ser “emocionalmente complicada”.
3. Conductas de riesgo
Los adolescentes, en su afán por ir en contra de lo establecido, se implican con más facilidad en comportamientos ilegales, antisociales, temerarios o, en definitiva, que impliquen algún riesgo. No obstante, a diferencia de los conflictos familiares y las alteraciones anímicas, las conductas de riesgo son más probables en la adolescencia tardía y en la temprana juventud.
Algo que se explica por la impulsividad y la tendencia a buscar nuevas sensaciones. Estos dos factores, junto a los comentados antes, nos ayudan a comprender que estamos ante un período crítico que necesita de la supervisión y de la guía (a una distancia prudencial y variable en función de las circunstancias, eso sí) de los responsables del menor.
Tenemos que tener muy claro que la adolescencia es una etapa en la que uno se impregna de lo que tiene el entorno, por lo que debemos cuidar mucho cuál es ese entorno. No hay varitas mágicas que nos ayuden a manejar esta etapa pero lo que está claro es que, por raro que parezca, la adolescencia implica una preparación a nivel familiar similar a la que se realiza cuando un bebé va a llegar a una casa.
Para más información nos puedes llamar al teléfono 941 27 41 69
Artículo de Raquel Aldana escrito para lamenteesmaravillosa.com